Estamos tan obsesionados con la reacción que hemos perdido la capacidad de pensar.

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capacità di riflettere

Si tuviera que elegir una palabra, solo una, para definir esta empresa de relaciones liquidas en el que vivimos, sería: “reacción”. Reaccionar se ha convertido en un imperativo. Y cuanto antes mejor.

En el mundo de la inmediatez y las redes sociales, gana quien reacciona primero. Quién dice lo que está en su mente primero. Quien escribe sus propias opiniones. El que condene al presunto autor o se ponga del lado de la presunta víctima, aun en ausencia de prueba fehaciente. Los hechos son mínimos. Lo importante es reaccionar.

El problema es que tal inmediatez tiene un precio. Y su costo es a menudo demasiado alto: nuestra capacidad de pensar. La inmediatez es como una apisonadora que no tiene reparos en dejar de lado los hechos, el sentido común y la lógica para lanzarnos a un torbellino de opiniones con más o menos sentido.


El tabú de la lentitud y la estupidez de la velocidad

Carl Honoré, periodista y vocero del "Movimiento Slow", dijo que vivimos en un mundo donde el botón de avance rápido parece atascarse, un mundo obsesionado con la velocidad que quiere más y más en menos tiempo, para que cada día se convierta en un correr contra el tiempo.

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Nos han inculcado la idea de que velocidad es sinónimo de progreso. Siempre hay que avanzar, y cuanto más rápido mejor. Reacciona, sin pararte a pensar mucho. Porque si nos atrasamos, si retrocedemos un poco, significa fracaso.

En el mundo de la comida rápida y las citas rápidas en Tinder, nos hemos vuelto tan adictos a la velocidad que queremos acelerar incluso las cosas que son lentas por su propia naturaleza, como pensar.

Cuando privilegiamos la cantidad sobre la calidad y nos apresuramos a reaccionar, privamos a nuestra mente del tiempo necesario para reflexionar sobre lo sucedido, absorber emociones, redefinir ideas y, finalmente, elaborar una respuesta madura, reflexiva y equilibrada. equidistante.

“Con el tiempo hemos creado un tabú muy fuerte contra la lentitud. Lento es una mala palabra, una palabra vergonzosa en esta sociedad. Lento es sinónimo de estupideces, torpezas y cosas muy negativas”, dijo Honoré.

Sin embargo, el pensamiento "lento" tiene muchos beneficios y niveles de riqueza. La creatividad y las ideas brillantes se cocinan bajo la atenta mirada del subconsciente, que tiene su propio ritmo y no se deja llevar por las prisas. Cuando estamos más relajados y tranquilos, podemos desarrollar un pensamiento más profundo y matizado. Ver los diferentes colores y contornos. Fíjate en los errores. Volver sobre nuestros pasos si es necesario. Une los cabos sueltos…

Cuando nos apresuramos a reaccionar perdemos todo esto. El impulso reemplaza a la reflexión. La exactitud toma el lugar de la precisión. Las emociones prevalecen sobre la lógica. La imprudencia condena el sentido común. Las prisas acaban con la serenidad de un solo golpe.

Decir que el resultado final no es bueno es quedarse corto. El individuo se desvanece para unirse a las masas tratando de reaccionar lo más rápido posible ante situaciones que requieren pausa y reflexión. Y todo para no parecer lento. Para seguir la tendencia. Para dar una opinión sobre lo que es popular. Para hacerse notar.

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Recuperar la capacidad de pensar, ¿misión imposible?

Afortunadamente, hoy ya no tenemos que lidiar con tigres dientes de sable pisándonos los talones. Reaccionar rápidamente es importante en circunstancias que ponen en peligro la vida, pero dejando de lado estas pocas excepciones, tomarse el tiempo para decidir cómo reaccionar es una decisión mucho más inteligente.

Cuando estamos atrapados en la espiral caótica y frenética que la sociedad ha construido con sus herramientas tecnológicas, tratando de reaccionar lo más rápido posible, no nos damos cuenta de que hemos perdido el control de nuestros comportamientos, sentimientos y pensamientos.

Creemos que es normal. Después de todo, todo el mundo lo hace. Pero no lo es. Ese sentimiento de urgencia por reaccionar nubla nuestro juicio, produce un verdadero secuestro emocional y nos impide pensar en cómo responder a un evento o incluso decidir si queremos responder o si vale la pena. La prisa por reaccionar acaba por drenar nuestra energía psicológica.

La obsesión por la velocidad también está transformando nuestra atención. La necesidad de ser instantáneos nos obliga a simplificar la información. Nos convertimos en escáneres humanos, meros "decodificadores" de bits de información que recogemos a medida que nos desplazamos horizontalmente por la pantalla recogiendo ideas sueltas en lugar de profundizar.

Así es como surgen los malentendidos. Se lanzan juicios rápidos. La gente está moralmente apedreada. Los hechos están distorsionados. Saltamos a conclusiones equivocadas. Porque lo que importa en una sociedad frenética no es la comprensión sino la primicia y la inmediatez.

Esa obsesión por la reacción acaba generando un ruido ensordecedor. Muchas palabras con poca sustancia. Muchas recriminaciones, pero pocas soluciones. Mucha contradicción y poco acuerdo. Mucha acción, pero poca conexión. Muchos datos, pero sin sentido.

Todo esto lleva a una cosmovisión caótica y fragmentada porque elimina esos momentos de pausa reflexiva que nos ayudan a entender lo que está pasando desde una perspectiva más amplia. Nos impide dar sentido a lo que está pasando para incorporarlo constructivamente a nuestro bagaje intelectual. Así acumulamos información, pero no conocimiento. Acumulamos años, pero no sabiduría. Reaccionamos, pero no entendemos. Aunque quizás, en una sociedad obsesionada por batir su propio récord de capacidad de reacción, hablar de reflexión ya es una utopía en sí misma.

fuente:

(2020) Vivimos en una sociedad tan obsesionada con la reacción que perdemos esta capacidad de reflejo. En: Web del Máster CMF.

la entrada Estamos tan obsesionados con la reacción que hemos perdido la capacidad de pensar. lo publicó por primera vez Rincón de la psicología.

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