La falacia del quietismo: pensar que los que callan consienten

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"Hay pocas cosas tan ensordecedoras como el silencio", escribió Mario Benedetti. Los silencios esconden ilusiones, miedos, preocupaciones, confusión, resignación… Los silencios transmiten un torrente de emociones. Sin embargo, a menudo preferimos pensar que aquellos que guardan silencio consienten. Confundimos silencio con consentimiento y caemos en la "falacia del quietismo".

¿Cuál es la falacia del quietismo?

Las falacias son inferencias inválidas de la realidad que usamos para justificar nuestra posición. Generalmente son argumentos ajenos a las ideas presentadas, pero a ellos recurrimos para obligar a nuestro interlocutor a aceptar la validez de una tesis inconsistente.

Algunas falacias manipulan los hechos, otras explotan el aspecto lingüístico y recurren a la ambigüedad, la incomprensibilidad de los enunciados o la falta de sentido detrás de las ideas para confundir.

La falacia del quietismo se basa en la idea de que "quien calla, consiente". Quienes recurren a esta falacia argumentan que quien no argumenta a su favor, no se defiende o no interviene, está de acuerdo con las ideas planteadas o con el estado de cosas.

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De hecho, es un tipo de Argumento ad ignorantiam ya que se asume que el silencio y el quietismo son una prueba de consenso. Por ejemplo, uno puede pensar que una persona que no se pronuncia en contra de las armas está a favor de su uso.

Obviamente, ese no es el caso. El silencio no siempre es sinónimo de consentimiento. El resto son inferencias que hacemos en base a lo que más nos conviene. Pensar que el silencio siempre significa consentimiento implica ignorar el contexto y las señales de que el silencio puede ser el resultado del miedo o la resignación.

Sigephobia, una sociedad que teme al silencio

En 1997, el filósofo Raimon Panikkar dijo que la sigephobia era una de las enfermedades del siglo. Se refería al miedo al silencio. De hecho, muchas personas no se sienten completamente cómodas con el silencio.

Estar con alguien, sin decir nada, suele generar un "silencio incómodo". Muchas veces la sensación de malestar es tan grande que genera ansiedad y nos impulsa a romper el silencio lo antes posible introduciendo cualquier tema de conversación, por trivial que sea, solo para mantener fuera el ruido. En realidad no es un fenómeno extraño si tenemos en cuenta que vivimos en una sociedad en la que predominan la imagen y la palabra, muchas veces incluso sobre los hechos.

El silencio nos asusta porque trae consigo carencias, significados ocultos y peligros que no sabemos comprender y gestionar. El silencio es impreciso, vago, indirecto y ambiguo. Podemos decir muchas cosas a través de él, pero los significados no pueden escapar a la ambigüedad. Por eso preferimos aferrarnos a las palabras.

Tememos lo tácito porque genera inseguridad. No sabemos cómo reaccionar. Por eso es más fácil tomar atajos y pensar que el silencio es sinónimo de consentimiento. Pero esta inferencia implica abstraerse del contexto y obviar, a menudo a propósito, que el silencio puede estar motivado por la sumisión, el miedo o la resignación.

Los peligros de guardar silencio sobre lo que pensamos o sentimos

El silencio es una decisión comunicativa. Decidimos qué callar y qué decir. Practicamos la autocensura cuando guardamos silencio sobre cosas que podrían dañar a otros o a nosotros mismos. Pero cuando ese silencio lo imponen otros, es represión o censura.

A veces nos quedamos callados porque tememos las consecuencias de nuestras palabras. Preferimos guardar silencio con la esperanza de evitar conflictos. Así que terminamos soltando muchas conductas y actitudes ofensivas que pueden convertirse en una avalancha que nos arrastra.

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Cuando no decimos lo que pensamos o expresamos nuestro desacuerdo, contribuimos pasivamente a perpetuar el contexto que nos duele o molesta. A fuerza de silenciar nuestras ideas y emociones, alimentamos situaciones que pueden acabar siendo mucho más dañinas que el problema inicial que queríamos evitar.

De esta forma, podemos acabar convirtiéndonos en rehenes de lo que callamos, ya sea a nivel de pareja, familiar, laboral o social. Entonces llegamos a un punto en el que nos encontramos en una situación totalmente insatisfactoria que nos resignamos a soportar sufriendo en silencio, o estallamos. Obviamente, ninguna de estas posibilidades es buena para las nuestras. equilibrio mental.

Rompe el silencio

A veces el silencio refuerza lo que callamos. A veces, un silencio dice más que mil palabras. Pero a veces no. El éxito comunicativo del silencio depende no solo de nosotros sino también de la sensibilidad de nuestro interlocutor.


El silencio es un arma poderosa, pero pocos saben usarlo e interpretarlo correctamente, por eso en una sociedad que le da mucha importancia a ser directo, a veces es mejor hablar. La palabra puede aclarar dudas y limitar el significado de lo silenciado.

Por supuesto, no siempre encontramos las palabras adecuadas o los argumentos válidos. No importa. Lo importante es aclarar nuestra posición o incluso su ausencia, cuando aún no estamos seguros de nuestra posición. A veces simplemente podemos pedir tiempo para reflexionar. Decir que no estamos de acuerdo o que aún no nos hemos formado una opinión.

Se trata de encontrar formas para que los demás comprendan mejor cómo nos sentimos o qué pensamos, defendiendo los nuestros. derechos asertivos y no ceder el paso a personas que puedan malinterpretar nuestros silencios diciendo que "los que callan están de acuerdo".

fuentes:

Garcés, A. y López, a. (2020) Una interpretación lógica del silencio. Computación y Sistemas; 24 (2).

Méndez, B. & Camargo, L. (2011) ¿Quien calla otorga? Funciones del silencio y su relación con la variable género. Memoria Final del Máster Universitario de Lenguas y Literaturas Modernas: Universidad de las Islas Baleares.

Pannikkar, R. (1997) El silencio del Buda. Una introducción al ateísmo religioso. Madrid, Siruela.

la entrada La falacia del quietismo: pensar que los que callan consienten lo publicó por primera vez Rincón de la psicología.

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